martes, 11 de agosto de 2009

Aquel, el que sabe, el de los años.

Me derriten sus años porque son justamente el doble de los míos.
Me fascina el tono grave de su voz, ignora que me acaricia el tímpano cuando me da instrucciones.
Amo que en conocimientos me rebase, pues podría ser mi eterno maestro.
No me importa que no tenga cabello y muero de ganas por decírselo cuando se queja de aquella escasez.
Su rostro es bellísimo.
Resulta encantador que pudiera ser mi padre.
Sus modales son finísimos.
Su risa estalla y la escuchan todos a su alrededor.
Es un hippie de closet.
Aveces me divierto pensando que le gusto. Igual y si, pero el prejuicio y la moral son más grandes.
Nunca le diría nada de esto, nunca lo sabrá, aunque igual me divierto pensando en cómo reaccionaría.

Este es nuestro secreto.
*

Dios me quiere.


Así pasa.
Así es la vida, lugares, gente, momentos, estados, van y vienen.
Alguna vez le dije a mi madre en un ataque de fatalismo que vivir no era lo mío, porque en ese entonces solamente sufrimiento había.
Dios me quiere...de eso no tengo duda, porque consciente de mi afán por saber y mi avidez por conocer, desde pequeña me ha brindado las más aleccionadoras experiencias; al principio duras, muy duras, de las que recuerdo haber salido bien librada a pesar de mi corta edad. Sin embargo tiempo después estoy segura de que me ha recompensado.
Ahora sufro, porque uno de aquellos regalos está a punto de terminarse.
Un año fuera de casa, fuera de aquella burbuja de protección que es mi ciudad, un poco lejos de la familia, los amigos y la gente de siempre bastó para fungir como el regalo y la lección más grande que hasta ahora he recibido en la vida.
El comienzo no fue fácil, los cambios nunca han sido lo mío, pues afectan demasiado mi seguridad. Sin embargo, aprendí a valorar un sin número de cosas que antes me parecían muy comunes, como un ¿qué tal te fue? regresando a casa, una tarde de café con los amigos, mi recorrido por el hermosísimo centro histórico de camino a música, el saludo de un conocido por la calle, la BUAP y sus profesores, un ensayo con mi banda etc.
El final se torna difícil también, pues a cambio de aquello que temporalmente dejé (y miren que Dios me quiere pues ahí sigue todo lo que añoraba a pesar de la ausencia), recibí magistrales clases de personas de acervo impresionante, caminé a diario por los prados y edificios hermosos de la UNAM, conviví con personas muy afines y diferentes a la vez y tengo la inmensa fortuna de contar entre mis amigos a muchos de ellos, recorrí el Distrito Federal hasta sentirme harta, escuché mucha y muy buena música, aprendí lo que es el trabajo, la satisfacción que brinda y el desgaste que representa, a manifestar mis ideas en verdaderos ensayos, defenderlos y enorgullecerme de ellos, aprendí a callarme y escuchar para aprender mucho más, que el amor no son enchiladas y que en cuestión de segundos uno puede pasar de ser víctima a victimario, aprendí que en efecto como te ven te tratan pero que la gente vale más por lo que sabe que por como se ve o por lo que posee y sobretodo que de nada sirve el conocimiento si no se comparte con los demás.
Aprehendí con H.
Ahora sé lidiar mejor conmigo misma, sé que me hace feliz y qué me aterra en demasía. Aún no sé bien a donde quiero ir, sin embargo estoy segura de a donde nunca quisiera estar.
Mi conflicto se debe a que tengo muchas opciones en frente y todas son buenas, se ha debido en los últimos años a que las dos disciplinas a las que dedico mi estudio y mi labor son hermosas y ambas me complementan, se debió este último año a que los dos lugares en los que me debatía y ahora pertenezco me brindan todo lo que necesito para ser feliz y continuar aprendiendo.
Dios me quiere ciertamente, porque me ha dado la fortuna y la gracia...